martes, 6 de febrero de 2007

Tortas de aceite

Yo movía a toda velocidad mis piernecitas de siete años intentando seguir los pasos de mi padre. Colgado de su mano dábamos una vuelta a un lago en la provincia de Cádiz. Recuerdo un cielo oscuro y pesado como una tapa de plomo.

Llegamos a un puesto cerca de la carretera donde un hombre vendía tortas de aceite caseras. Las más buenas que he comido nunca. Estaba tan encantado con aquel dulce que mi padre me sugirió que le pidiera la receta. Y aquel señor me la dio: "300 gramos de harina blanca, 10 gramos de levadura de panadería, 6 cucharadas de aceite de oliva, 6 cucharadas de agua tibia y una cucharadita de sal marina". No queriendo arriesgarme a olvidar ningún detalle le pedí a mi padre bolígrafo y papel para apuntarlo todo.

Muy solemnemente aquel vendedor de tortitas dijo: "No lo apuntes". Mi padre y yo nos quedamos parados mirándole.

Una vez que tenía toda nuestra atención siguió con la misma solemnidad de un profesor: "Si apuntas la receta en un papel sabrás que está en ese papel pero tú te olvidarás de ella".

300 gramos de harina blanca, 10 gramos de levadura de panadería, 6 cucharadas de aceite de oliva, 6 cucharadas de agua tibia y una cucharadita de sal marina.

No he tenido en mi vida una cámara de fotos ni he escrito nunca un diario. Supongo que como a todos me gustan las cosas definitivas, las reglas, los oráculos y pensar que todo sucede por alguna razón. El encuentro con aquel hombre me influyó de tal manera que lo he llevado a rajatabla toda mi vida. Siempre he dejado que sea mi memoria, sin ayudas de ningún tipo, la que decide lo que es importante.

Ahora he escrito este blog y ayer me compré una cámara de fotos. Al final te das cuenta de que no hay nada definitivo, que las líneas divisorias se van moviendo y que las cosas suceden sin ninguna razón. Eso y que los años no perdonan y cada vez le funciona a uno peor la memoria.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Madre mía, qué depresión!

¿Hiciste alguna vez la torta de aceite? ¿Salió tan buena?

Anónimo dijo...

Hummm...
Veo que no hay nada como pasar un mes totalmente desconectado de tu entorno natural para que afloren las cosillas que llevabas dentro pero que la rutina no dejaba salir.
La verdad es que es todo un filón, sigue por ahi...